EN BUSCA DE LO CONOCIDO
Estas semanas aquí, estoy descubriendo muchos lugares increíblemente bonitos. Sin embargo, a veces me pregunto qué se sentiría al verlos por primera vez, cuando no sabías qué era lo que te ibas a encontrar. Hoy en día, con las redes sociales y otras formas con las que fácilmente puedes acceder a muchos lugares, muchas veces planteas excursiones por que quieres ver tal lugar que has visto en una foto. Obviamente, la realidad suele superar la foto (aunque hay veces que la edición de esta suele ser excesiva y puede a llegar a decepcionarnos), pero, ¿Cómo sería ver un sitio X sin saber qué es lo que ibas a ver?
Este fin de semana me ha venido un par de veces esta idea a la cabeza y ha sido porque he podido ver dos lugares que llevaba mucho, uno de ellos, mucho, mucho tiempo queriendo ver.
Pequeño inciso: Hasta ahora, el blog ha seguido, con más o con menos frecuencia, una temporalidad lineal. Todo lo que he publicado ha ido después de lo publicado con anterioridad. Sin embargo, esta vez, voy a hacer una excepción, ya que tengo más cosas que contar aquí anteriores a lo que he hecho este fin de semana, pero me apetece más contaros esto hoy.
Del primero de ellos, no solo me llevo el hito conseguido (llevaba más de 10 años, seguramente bastantes más, queriendo verlo), si no también el recuerdo de que tengo que pasar más tiempo en el agua. Como buen Donostiarra, el mar es algo a lo que estoy muy acostumbrado (aunque con pena he de decir que algo menos los últimos años), y aunque mi nado no sea como el de un delfín, me siento muy cómodo en el medio; me relaja. Es por eso que no me siento muy orgulloso de admitir, que me había distanciado un poco de él. Hasta ahora.
En la tierra de las aguas termales, puedes bañarte en pozas naturales que están a 40º y que gracias a su entorno superan casi cualquier spa que te puedas imaginar. Os paso un pequeño adelanto del balneario en el que vi el amanecer la semana pasada gratis y solo:
Pero también, puedes bañarte en aguas frías, muy frías, como ha sido el caso.
A los que nos gustan las ciencias, a veces, supongo que no soy al único que le pasa, nos da rabia no vivir el tiempo suficiente como para ser capaz de ver según qué. ¿Cuánto tiempo necesita una montaña en crearse? ¿Cuánto tiempo necesitaron los continentes para separarse?... Pero en Islandia, la cosa cambia. Literalmente, puedes observar cómo dos continentes se separan, y no solo eso, si no que puedes nadar en esa separación.
Silfra es el nombre de una fisura situada entre las placas tectónicas euroasiática y norteamericana en el parque natural de Thingvellir (parte del golden circle Islandés). Sin entrar mucho en detalle, su agua procede del lago Thingvallavatn que se alimenta a su vez de las aguas procedentes del deshielo del glaciar Langjökull. Este hecho hace que sus aguas tengan dos características muy destacables: la primera, que el agua está fría como un demonio, a entre 2 y 4 grados (recordemos que, generalmente, el agua se congela a 0º); la segunda, debida a ese transcurso desde el glaciar por un medio poroso como es la roca volcánica, es su claridad, ya que ha sido altamente filtrada en su camino. Se trata de la zona de buceo con más visibilidad del mundo, llegando a superarse los 100m de visibilidad.
Un compañero de la tirolina y yo nos apuntamos a un tour de snorkel en Silfra y pudimos comprobar de primera mano que lo dicho anteriormente es verdad. El tour fue una pasada. Nos proporcionaban trajes estancos que nos protegían del frío del agua y la verdad que la experiencia fue 10/10.
Después, y para seguir un poco con el tour del "circulo dorado" (la experiencia más turística de Islandia), fuimos a Geysir. Un lugar que está muy bien, pero que la masificación que sufre lo ensombrece.
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